Campaña electoral cara, larga, sucia

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Campaña electoral: cara, larga y sucia

José Luis Taveras

La campaña electoral arrecia en tono y en pasiones. El conteo regresivo al 20 de mayo apresura las tensiones y solivianta las crispaciones. Una batalla final donde las fuerzas políticas agotan sus últimas reservas.

Y no es para menos: Danilo Medina quiere convencer a su partido de que el absolutismo ilustrado de Leonel Fernández es ciclo cerrado y que otro liderazgo puede mantenerlo en el poder. Hipólito Mejía, por su parte, aspira a una reivindicación histórica de su pasada gestión. Un duelo a vida o muerte, donde ambos candidatos se juegan quizás su última suerte. En un escenario así no se discriminan los medios de ataque o de defensa ni se repara en las consecuencias.

Esperar ofertas propositivas sería cándido frente a las ambiciones comprometidas en el juego. Es una guerra de descalificaciones donde lo menos atendible son las propuestas de gobierno, tema que al parecer ni suma ni resta.

La sociedad ha tenido que soportar una de las campañas más largas y caras de su historia electoral. El despliegue de propaganda oficialista desde las primarias hasta el día de hoy ha sido atosigante e inconmensurable. El electorado luce abatido e irritado; los espacios públicos contaminados por la suciedad electoral; la televisión y la radio saturadas de publicidad y las opiniones de prensa rendidas mercenariamente a los intereses de las candidaturas. El calendario electoral marcha lentamente agravando una de las experiencias electorales más torturantes y degradadas.

Candidatos débiles, campaña mala;

Los principales actores de la oferta electoral son muy vulnerables. Esto hace que la campaña se concentre en una táctica de confrontación personal y golpes bajos. Tal situación coloca al electorado en una elección del menos malo, es decir por la ecuación menos-menos. Esta realidad promueve las campañas sucias.

Danilo Medina carga el deterioro moral de una administración con ocho años consecutivos en el poder. Leonel Fernández, en aras de preservarlo, ha jugado a la práctica balaguerista del laisser faire. La tolerancia del presidente Fernández a la corrupción ha sido su estigma, pero, a la vez, su más "exitosa consejera" para mantenerse en el poder. Ha funcionado la fórmula maquiavélica de que en política vale lo que conviene y no lo que se quiere o se debe; sin embargo, esta cruel lógica tiene precio y ahora lo está pagando el candidato oficialista.

El más asertivo de todos los sentidos es el común y el más certero de los decires el rumor público. Todo dominicano sabe que un grupo élite de ministros, funcionarios palaciegos y empresarios ha acumulado riqueza incuantificable con los negocios de las contrataciones públicas. Negarlo es una necedad. El propio presidente lo admitió en términos indubitables frente a un diplomático americano, según la versión no desmentida de los cables de Wikileaks. Danilo Medina sabe muy bien que ese es su karma, por eso luce elusivo o dubitativo cuando le inquieren sobre corrupción. Se refiere a ella en términos genéricos, vagos y hasta derrotistas. Aquella abandonada leyenda publicitaria de "cambiar lo que está mal", aludía subliminalmente a esa debilidad: el mayor fracaso de sus gobiernos y la más alta expectativa de la nación.

En la medida en que las mediciones de preferencia favorecían holgadamente a Hipólito Mejía, Danilo Medina precisaba recursos del sector gubernamental con el que pretendía éticamente diferenciarse. Sin reparos, los aceptó y con ello la candidatura a la vicepresidencia de la Primera Dama, transacción que abrió las compuertas a una afluencia de dinero tan abundante como para sustentar una campaña hasta el 2020.

La silente distancia de Danilo del gobierno, después de su derrota interna en las primarias del 2008, era una credencial positiva y de fuerte valoración por un electorado consciente e independiente. Esa era su gran fortaleza moral. Ahora que los funcionarios más repulsivos están al frente de su campaña, la confianza de ese importante segmento se diluye, aunque cuente con el dinero para ganar bonos en aquel que piensa gástricamente. Por eso, el giro de su estrategia se orienta a cubrir ilusoriamente esta claudicación con una pretensión poco convincente: "cambio seguro". Lo de "seguro" es seguro, pero lo de "cambio"… no muy seguro.

La nueva leyenda publicitaria de Danilo apela a un cambio con la misma gente. Es una manera de encubrir su mayor debilidad: usar los recursos del Estado que con amargura reconoció haberle derrotado en su primer intento por disputarle la candidatura presidencial a Leonel Fernández.

La aceptación de Margarita Cedeño como compañera de boleta desató ese caudal, acrecentando la percepción pública de que el sector millonario del gobierno es del círculo y la confianza del Presidente, por lo que su candidatura vicepresidencial constituye la garantía de la continuidad del statu quo de privilegios y un contrapeso a cualquier perfidia de Danilo, ya presidente, a los acostumbrados excesos de ese sector envanecido. A un segmento relevante del electorado le asusta la idea de que por dieciséis años más Danilo Medina mantenga congelada la administración sin movilidad ni apertura y le dé vigencia al modelo leonelista de hacer de los ministerios fundos personales de la alta burocracia partidaria.

Siendo un candidato pálido, frío, de escaso carisma y discurso tedioso, era natural que la refrescante presencia de una dama joven le imprimiera entusiasmo y colorido a su campaña, sobre todo cuando se trata de la esposa del líder y la que trae y atrae los recursos. Su candidatura se fortalece así recibiendo el endoso de Leonel y el capital de su gente a través de una emisaria inexperta y artificiosamente sobredimensionada, pero con la ambición y...

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