La cortesía como virtud de legitimación y permanencia de la función judicial del Estado

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La cortesía como virtud de legitimación y permanencia de la función judicial del Estado

Édynson Alarcón

Magistrado de la Corte de Apelación del Distrito NacionalMáster en Propiedad Intelectual de la Universidad Carlos III de MadridProfesor de Procedimiento Civil: UNIBE, PUCMM, ENJ

El presente trabajo obtuvo el 3er lugar en el VIII Concurso Internacional de Ensayo sobre el Código Iberoamericano de Ética Judicial, en su versión correspondiente al año 2014.

Gaceta Judicial reconoce la relevancia de su contenido porque la cortesía es un valor de suma importancia que hace falta poner en práctica en todos los ámbitos de la vida nacional, especialmente entre la clase profesional. Se recomienda su lectura a jueces, fiscales, registradores de títulos, abogados, alguaciles, secretarios y demás servidores judiciales, puesto que en el trato cortés a los usuarios del sistema puede estar la clave de la percepción que predomine sobre la imagen de la Justicia dominicana.

"La cortesía es la mayor muestra de cultura… una

especie de hechizo que todos reciben con alegría"

Baltazar Gracián (1601-1658)

RESUMEN: Se examina y enaltece la importancia del valor de la cortesía en los despachos judiciales, con miras a la obtención de los objetivos nodales de la administración de justicia.

PALABRAS CLAVES:

Cortesía, sociedad, tribunal, ética, despacho judicial, jueces, servidores públicos, abogados, empleados, auxiliares, sociedad, Código Iberoamericano de Ética Judicial (CIEJU), Código de Comportamiento Ético del Poder Judicial, Poder Judicial, República Dominicana.

I

Uno de los nortes claves de la administración de justicia del presente consiste en afianzar y reforzar su imagen ante el conjunto de la sociedad, sobre todo si ese objetivo se pondera en el contexto del estado social y democrático de derecho proclamado por la Constitución de la República en su artículo 7. En esa tesitura, no cabe duda de que la judicatura nacional, en su incesante lucha en pro de la legitimación, debe entronizar los principios de legalidad, de eficacia y de servicio para elevar los niveles de confianza ciudadana y proyectarse a sí misma como el aliado más próximo y el mejor garante de la seguridad jurídica y la paz social. Es un reto de vida o muerte y en permanente proceso de realización por el Poder Judicial dominicano.

Se habla de legalidad porque la Justicia como institución no es más que una vía enteramente concebida para la salvaguarda de los derechos de las personas; de eficacia, porque nada más justo y normal que el reclamo de calidad en la prestación del auxilio judicial, sea en el plano administrativo o con ocasión de la resolución de un conflicto; y de servicio, porque no existe nada, absolutamente nada, que justifique la presencia en la sociedad de los tribunales que no sea la defensa y la protección del interés colectivo.

Muy atrás, perdida en las brumas del pasado, queda ya la figura del juez distante y engominado que se consideraba como algo fuera de este mundo y del denominador común de las personas; que entendía que su ministerio era providencial o iluminado y que, por ende, la responsabilidad de sus actos solo podía ser exigida por la divinidad; que buscaba el aislamiento, porque únicamente en la soledad de su conciencia era posible decidir con serenidad y que, en consecuencia, contemplaba a sus congéneres desde una burbuja flotante, suspendida en el espacio . Los tiempos definitivamente son otros, y también son otros los vientos que soplan. El perfil de la función judicial ha venido secularizándose progresivamente. Los tribunales se han convertido, pues, "en órganos formados por simples seres humanos cuya actividad puede ser objeto de observación y crítica… sus titulares son conscientes de que la posición de poder que mantienen depende del talante de sus resoluciones, de su conexión con los deseos de la sociedad".

De suerte que las demandas de la población a sus jueces son muchas y van en aumento: tutela y hasta inmunidad, si se quiere, ante los desmanes del poder público, interpretación con sentido de "garantismo" de la norma de derecho, independencia, responsabilidad, conciencia institucional, eficacia, receptividad y, por supuesto, cortesía… Sí, efectivamente: la cortesía más allá de las apariencias, como auténtica mística de trabajo y precepto de convivencia, de exteriorización del respeto y la consideración que exige la condición humana en cualquiera de sus manifestaciones, sea que nos refiramos al usuario que llega al despacho judicial tras una certificación o de una simple información, al testigo que ofrece su deposición de cara al proceso, al demandante o al demandado que trata de persuadir al juez de su verdad, al abogado en su faena diaria de postulación o cabildeo, al colega que trabaja puerta con puerta o a la señora que sirve el café, temprano en la mañana, según resulta del artículo 49 del Código Iberoamericana de Ética Judicial (en lo adelante CIEJU).

No por casualidad se insiste en que "los deberes de cortesía tienen su fundamento en la moral" y que su acatamiento coadyuva a mejorar los índices de calidad en la prestación del servicio público de la justicia (artículo 48 CIEJU). Y es que tal vez en el desconocimiento de esta realidad por parte de los jueces y su personal auxiliar —de que la justicia constituye, ciertamente, un servicio público— radique el motivo de que en ocasiones la visita de un ciudadano al juzgado, cualquiera que este sea, se convierta en una experiencia profundamente desagradable y frustrante, que le marca de por vida. Es como si de repente se nos olvidara que el usuario ejerce, ni más ni menos, un derecho fundamental de acceso a la información y que, más todavía, está en plena capacidad de reclamar un servicio esmerado por el que, dicho sea de paso, paga con sus tributos; que no viene a pedir una dádiva o a causar una molestia gratuita. Es un poco la reflexión de Rodríguez-Arana, cuando asevera sin tapujos: "me atrevería a decir que una de las asignaturas pendientes de la administración pública de nuestro tiempo es recuperar, de una manera efectiva, la imagen de servidora de la sociedad y de sus ciudadanos".

Se sabe que las relaciones interpersonales son complejas, como también pueden serlo las circunstancias, variadas e inconmovibles, que propicien que alguien tenga que acudir a un tribunal y entrar en contacto con un personal a veces desganado o amostazado que quizás no tiene la más remota idea de la dimensión social y profundamente humana de las funciones que le han sido confiadas. Se espera entonces del operador y, llegado el caso, por igual, de sus asistentes y colaboradores, una actitud deferente, de real vocación de servicio y apertura frente a la crítica y a los signos de los tiempos que corren. Deben estar prestos a...

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