la edad: medida de valor

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"la edad: medida de valor"

Rosina De La Crus Alverado

En el lejano Oriente, especialmente en Japón y China, la edad es un atributo que engrandece a las personas, se tiene veneración por los ancianos, que ocupan en la familia lugar de preferencia. Se les rinde culto y sus decisiones son acatadas como buenas y validas por toda la familia. Es un lugar común, que las mujeres chinas y japonesas, esperan con impaciencia, los días de su vejez, para resarcirse de los avatares de su juventud.

En los países de Europa, entre ellos Francia, por el contrario, los niños y los jóvenes son altamente apreciados, cuidados y guiados, estableciéndose a favor de ellos toda clase de privilegios y facilidades, lo que ha dado lugar a que se diga que se trata de la civilización del niño-rey.

En nuestro país, la niñez y la ancianidad se consideran una traba un impedimento, un handicap. En efecto, la opinión mayoritaria concurre en pensar que los niños y los jóvenes no tienen, o no han adquirido aún, talento, cualidades éticas e intelectuales ni las destrezas necesarias para dar expresión a sus valores, a sus conceptos, ideas o criterios, bajo el muy socorrido decir popular de que los muchachos sólo hablan cuando las gallinas miccionan, es decir nunca, que es la adecuación vernácula de un concepto británico, según el cual los niños son para ser vistos no oídos, con lo cual a pesar de los pesares se los descalifica para emitir opiniones o realizar una actividad.

Así mismo, se estima entre nosotros que los ancianos, en el camino de su vida, se han ido desprendiendo de los conocimientos adquiridos, la facilidad de expresión de esos conocimientos, así como de las cualidades morales, éticas que lo han distinguido toda la vida, con lo cual también se les descalifica para participar como individuos útiles en y para la sociedad.

Hemos llegado a un extremo tal que solo durante un corto lapso de tiempo, de los cuarenta a los sesenta años, se nos considera útiles. Ese razonamiento carece de objetividad y de fundamento serio, porque las generalizaciones no son ciertas y cada caso particular debe ser objeto de ponderación especial. Pues si bien es cierto que la edad se acompaña de una merma de la elasticidad de los músculos, ella no es pareja con una merma automática de las capacidades intelectuales, sobretodo si esas capacidades no han dejado nunca de ejercitarse. Ejemplos de ello tenemos abundantes en nuestro país, sin necesidad de nombrar a nadie expresamente por su nombre.

Sin embargo, la opinión sobre la disminución de las capacidades intelectuales y éticas a causa de la edad, parece estar inscrita con letras de fuego en muchas personas bien pensantes y ello se hace patente con el pedimento, que un grupo de organizaciones hace a los jueces de la Suprema Corte de Justicia para que renuncien en razón de la edad que han alcanzado, con lo cual la Suprema Corte de Justicia no acaba de salir de los medios de comunicación.

La petición de renuncia a los jueces que han sobrepasado los setenta y cinco años, la hace un grupo de organizaciones de la sociedad civil, con la mejor buena voluntad, con la intención de acallar las críticas que se hacen a la Suprema Corte de Justicia, de que sus jueces se creen vitalicios, adjetivo que fue acuñado con la peor mala voluntad del mundo, pero que ha hecho fortuna y que utilizado en la forma superlativa que no aparece en el diccionario, da pábulo a toda suerte de disquisiciones desafortunadas sobre la permanencia de los jueces de la Suprema Corte de Justicia, sobre el carácter inamovible del desempeño de sus funciones, que hay que repetir siempre es una presea del Estado de Derecho.

Esa petición trata de silenciar las inconformidades de los que no admiten la independencia judicial como garantía de seguridad ciudadana. Pero el remedio puede ser peor que la enfermedad, como diría Mafalda la de Quino, con ese pedimento, le están dando argumentos a los enemigos de la justicia.

Encima de eso, un grupo de políticos le pide al Presidente de la...

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