La Ley, bien o mal, tiene su parte apremiante

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"La Ley, bien o mal, tiene su parte apremiante"

Hector Dotel Matos

Cada vez que un crimen es cometido, y se busca al autor, el juez instructor, según se trate de un crimen de violencia o un crimen de habilidad, dirigirá sus investigaciones en un sentido o en otro.

Existe un individuo malhechor, que tiene a la ciudad llena de estrépitos y disputas; alguien lo saca de sus cabales, anteriormente se había batido con un buen número de sus congéneres; justamente, el día que se cometió el crimen, se le vio en estado de embriaguez, temible y amenazando. Es él quien será interrogado primero en ausencia de otros indicios.

Si se trata por el contrario de un estafador hábilmente organizado, la instrucción se dirigirá preferentemente sobre un jugador refinado, teniendo necesidades más importantes que sus recursos, al préstamo fácil y a la devolución lenta.

La cólera, la gula, el desorden de las costumbres, la pasión bajo todas sus formas, sentimentales, sensual; éste querrá atesorar por amor del oro; aquél preferirá robar o estafar más bien que gastar energía en trabajo honesto; avaricia, pereza.

A primera vista la causa esencial y, tal vez, única de los actos criminales, parece descansar en las formas diversas de la sensibilidad. Era un bruto, dado a sus instintos desenfrenados. En él, las pasiones no tenían ningún freno. El acusado no parece comprender la gravedad del acto que ha cometido. La bestialidad ha ahogado en él la razón. Las informaciones de los periódicos se expresan no de otro manera para comentar el arresto de los criminales.

El problema del crimen será simple si se reduce a esto. El hombre comprendería una parte alta, la razón una parte baja: la sensibilidad. El hombre honesto sería aquel que hace prevalecer la razón sobre sus sugestiones de los sentidos y el criminal el que hace plegar la razón bajo la tiranía de la sensibilidad. Y si usted responde que el mismo hombre puede tener sus buenos y malos momentos, la opinión común le dirá que la razón y la sensibilidad o más bien la sensualidad, tienen altas y bajas y que el poder puede pasar de una a la otra, produciendo así alternativas de crimen y de honestidad.

Esto sería, a decir verdad, suprimir todo el problema. Entremos en una cárcel, e interroguemos a varios acusados, tomados al azar. Casi nunca, si ellos confiesan, no pondrán en marcha el arrebato de la prisión o el decaimiento de su voluntad. Cada uno tendrá su teoría justificativa, más o menos ingenua o laboriosamente edificada...

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