Ola, ola, ola, ola de la mar. O la lucha errada contra la violencia

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"Ola, ola, ola, ola de la mar. O la lucha errada contra la violencia"

Carmen Imbert Brugal

Como si se tratara de un estreno, como si la carroza esperara Para el acarreo primero de la quinceañera a la sala de fiesta, algunos opinantes se devanan los sesos buscando las causas de la "la ola de violenta" que afecta la República Dominicana. Atrabiliaras hipótesis se contruyen de la noche a la mañana. La subjetividad pergueña los análisis mediáticos, la evidencia es descartada y el asunto luce como un castigo divino, que escapa de la previsión.

La domicanidad se ha forjado compartiendo glorias con ladrones y homicidas que desempeñan funciones públicas sin asomo de contrición. Los sicarios admiten, orgullosos, su oficio. Crecemos ente pescozones y carencias, golpizas familiares y humillaciones, Vivimosrodeados de matones y torturadores, de padres incestuosos que pontifican sin rubor. Preferimos saber y no saber, dudar en lugar de comprobar, cambiar el rumbo para evadir la realidad criminosa que ha estado ahí, por los siglos de los siglos, construyendo nombradías al margen de la sanción penal que el tribunal postergada y la sociedad disimula.

Cuando la "ola de violencia" amenaza patrimonio y vida de aquellos que se creían a salvo, los gritos se multiplican, las demandas de castigo, la petición de cabezas... Quieren sangre para lavar la sangre, venganza sin sentencia ni averiguación y atribuyen el desorden a la canalla ignorante, violenta, negra y empobrecida que les daña la fiesta.

Incapaces de comprender la esencia y alcance de la infracción repiten conceptos decimonónicos que limitan el crimen a la miseria, desconociendo la delincuencia que se reproduce en las minorías inmunes al juzgamiento. Asunto de cacha de plata versus puñal enmohecido, de robo de gallina versus fondos del erario o depósitos bancarios, de violación sobre un catre versus la cama cubierta de encajes.

ANTANDO CABOS;

Después del tiranicidio la sociedad no saldo sus cuentas pendientes con el abuso. Quedaron como estereotipo los Ludovino, Clodoveo y Abbes. Los muertos del 1963, del 1965, los cadáveres y desaparecidos de los doce años, quitaron tiempo y lino para analizar la delincuencia común. Los esquemas violentos se reproducían entre el olvido de los excesos del trujillato y los premios al silencio de las víctimas, el miedo y el compadrazgo complaciente. El tirano había desaparecido pero el autoritarismo y la sana marcaban la vida nacional. Las desigualdades sociales ratificaban que la desaparición del sátrapa no era suficiente para vivir mejor y garantizar la vigencia de la ley.

Cualquier persona ligada al quehacer jurídico penal sabía que era un mito la sociedad bucólica.

Había decapitados, infanticidios, estupros, sustracciones fraudulentas, mas allí de la razón de Estado y de la lucha patriótica. Jueces y fiscales se enfrentaban con el horror pero otras urgencias impedían evaluarlo y era mejor creer que vivíamos en la isla del "no problem".

La astucia de Joaquín Balaguer sirvió para la confusión. Le convenía. Justificaba la represión subrayando la diferencia entre

"políticos presos y presos políticos", así devenían en delincuentes comunes los opositores al régimen. La calificación de asociación de malhechores sustituía la de sediciosos. El porte y tenencia ilegal de armas se usó para el desprestigio y la extorsión.

A pesar de la creación, mediante decreto - 16. XI. 1971-, de la Comisión de Supervisión de Reforma Carcelaria, las autoridades solo reparaban en las cárceles en tanto y en cuanto retenían a decenas de jóvenes rebeldes que cumplían condenas por disentir. La delincuencia se identificaba con Barba crecida y palabra incendiaria. Lo demás no importaba, era parte del modelo de desarrollo. El gobierno se ufanaba de la creación de 300 millonarios y asumía que la corrupción no atravesaba la puerta del despacho presidencial.

El temor colectivo se centraba en el comunismo, no en ladrones y depredadores del erario, no en los...

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