Mi Policía

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Mi Policía Me indigna la manera tan irresponsable como se juzga a la Policía Nacional

José Luis Taveras

Editorial.

Cotidianamente se escuchan los improperios más desdeñosos, injuriantes y mordaces en su contra. Las calificaciones suelen ser genéricas, irreflexivas y prejuiciosas. Conservar moral para tolerar tantos denuestos evidencia alguna dignidad en sus filas.

Aunque disienta de todo el que opina sobre este tema y me exponga al linchamiento público, proclamo sin sonrojo mi honor a la Policía Nacional, la mejor del mundo.

El policía dominicano gana menos que un mensajero de un banco y se acomoda a ese jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. ¿Dónde encontrar a un policía chofer, mensajero, jardinero, guardia privado, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente? ¿En qué lugar del mundo un funcionario, un exoficial o un empresario tienen a su servicio personal uno o más policías? Al policía promedio dominicano, analfabeto casi por definición, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las marañas de los arrabales para aceptar, más por subsistencia que por vocación, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo policía, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y con prudencia, según los estándares y garantías del Primer Mundo.

¿Cuantos dólares exigirían nuestros genios de la opinión para hacer el trabajo de un policía por un día? Salir a la calle polvorienta y oscura, nublada de miedo y muerte, sin más pertrecho que el coraje y un arma; o enfrentar, con la rabia del hambre y el rigor del sol, las hordas del crimen para luego ser expulsado...

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