Reflexiones sobre la inteligencia artificial y sus implicaciones en el derecho de autor
Autor | Dayham E. Rodríguez de la Cruz |
Cargo | Juez de Paz de San José de Ocoa, máster en Derecho Judicial |
Páginas | 1-5 |
La inteligencia artificial (en lo adelante “IA”) se ha convertido en un tema muy en boga por sus diferentes aplicaciones prácticas, dadas a conocer recientemente en nuestra vida cotidiana. A pesar de su uso cada vez más generalizado, este aspecto de la informática se nos revela como un tema muy complejo y, por ende, de difícil aprehensión. En palabras sencillas, el autor Rouhiainen1 explica que la IA se refiere a la capacidad que poseen las computadoras de realizar tareas que normalmente requieren de la inteligencia humana. Gracias a la IA, las máquinas son capaces de utilizar algoritmos para almacenar y comprender los datos con el fin de tomar decisiones, emulando de esta forma a los seres humanos.
El concepto de la IA no es nuevo, pues, aunque en forma de ficción, surgió en el mundo desde la primera mitad del siglo XX. En primer orden, a través del personaje del Hombre de Hojalata, en la famosa obra El mago de Oz, escrita por L. Frank Baum, y luego a través de la obra La metrópolis, en la cual se incluye un personaje humanoide que se hace pasar por una humana llamada María2.
Se cree que, con aquellas ideas en mente, Alan Turing, al igual que otros científicos de su época, se planteó de forma muy seria la posibilidad material de la IA. Así, el célebre matemático publicó un artículo titulado Computing Machinery and Intelligence (1950), en el cual concluyó que los humanos, además de la razón, utilizan la información que tienen disponible (capacidad de almacenamiento) para resolver sus problemas y, por tanto, nada impediría a las máquinas hacer lo propio. Pese a lo anterior, Turing no contó con las herramientas necesarias para el desarrollo de aquella brillante idea, primero, porque las computadoras de la época no podían almacenar comandos, sino únicamente ejecutar órdenes, y, segundo, el desarrollo de la informática era muy costoso en términos financieros3.
Por tales motivos, no fue sino hasta seis años más tarde (1956) de aquel memorable artículo que los investigadores Allen Newell, Cliff Shaw y Herbert Simon pudieron mostrar al mundo lo que se considera el primer proyecto de IA, denominado The Logic Theorist, consistente en un programa diseñado para emular la capacidad de resolución de conflictos de los seres humanos4. A partir de entonces, los avances en el campo de la IA y sus aplicaciones en las múltiples áreas del saber5 han sido tan sorprendentes que, a nuestro juicio, encajarían perfectamente en lo que el autor Marina6 ha denominado la “zona del gran salto”, para hacer referencia a aquellos acontecimientos o descubrimientos importantes que, al igual que la escritura, han cambiado el rumbo de la humanidad.
Naturalmente, el impacto de la IA en el mundo del arte no ha sido la excepción, pues ya desde los años 70, aunque de forma rudimentaria, las computadoras fueron capaces de producir obras de arte. Ahora bien, se consideraba incuestionable que la intervención del programador era determinante, imprescindible, al punto de considerar a la máquina cual pincel en manos de un artista7. Hoy, principalmente debido al desarrollo de software con aprendizaje automático, se ha demostrado que la IA es capaz de crear obras de arte de forma autónoma, es decir, sin la intervención de la mano del hombre.
En efecto, en el año 2016, por ejemplo, en Países Bajos se dio a conocer un retrato que lleva por nombre El nuevo Rembrandt, creado por un programa de computadora cuya base de datos fue alimentada de miles de obras del referido artista neerlandés. Asimismo, en el citado año, en Japón se publicó una novela creada por IA que logró pasar a la segunda ronda de un premio literario. Por si eso fuera poco, Google anunció recientemente el software llamado Deep Mind, capaz de crear música con tan solo escuchar grabaciones de audio8.
Lo cierto es que ni los redactores del “Estatuto de la Reina Ana” (1710) ni los países que firmaron el Convenio de Berna (1886) previeron la posibilidad de que la IA alcanzaría un grado de desarrollo tal que sería capaz de emular —y en muchos casos...
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