Suerte, Leonel

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Suerte, Leonel

Jose Luis Taveras

Editorial.

Leonel se retira a preparar su regreso. Un sabático merecido por una gestión exitosa. Abandona el puesto, no el poder.

Sus gestiones no fueron perturbadas ni por una afección gripal. Es el dominicano más pleno, con una laureada carrera que desbordó sus propias proyecciones. Salió como entró: fuerte y seguro, determinado a seguir desafiando su suerte, la más pródiga de sus virtudes. Realizó como presidente lo que nunca pudo por sus empujes personales.

No hubo un nimio desacierto en su cuadro y plan de vida. Todo corrió a su resbaladizo antojo, sin trastornos ni deslices. Nada le salió mal, a la infalible medida de sus disipadas previsiones. Hay que ser muy humano para no sentirse predestinado y muy realista para no asumirse inmortal, más cuando el húmedo susurro de sus cortesanos seguirá alimentando su ego hasta el derroche espumoso del 2016. Para él, la soledad del poder será poesía, leyenda o embrujante fantasía. Seguirá con tanto servilismo a sus pies como cuando era presidente, y con loadores profesionales a su merced que no repararán en calificar de envidiosas y mezquinas estas valoraciones.

La distancia entre su primera investidura y su tercera salida es tan abismal como la vida y la muerte. Entró de la mano del caudillismo ilustrado y salió ilustrando el caudillismo. Entró con afro y salió con canas; llegó con alas, salió con garras; entró con sueños y salió con ambiciones. No sabemos si dejó más lealtades retribuidas que laceradas ilusiones; más afectos fingidos que sinceras simpatías; más sonrisas...

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