Por qué somos tan corruptos

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"¿Por qué somos tan corruptos? (1 de 3)"

Ernesto J. Armenteros

NUESTRA CLASIFICACIÓN COMO PAÍS CORRUPTO:

Las entidades, organizaciones, periódicos, revistas y comentaristas que se dedican a valuar a los países del mundo clasifican a la República Dominicana entre los más corruptos.

Si dividimos las listas de estas instituciones en cuatro grupos —los menos corruptos, los que caen en la categoría entre el 50 y el 75 % y los que caen entre el 25 y 50 % de los más corruptos—, la República Dominicana, año tras año, queda entre los del peor grupo, en compañía de casos extremos como Venezuela, Honduras, Haití y los países africanos más atrasados. En las mejores de las clasificaciones, estamos por debajo del 50 %.

Estas listas se basan en parámetros comparativos de corrupción en segmentos gubernamentales y empresariales como lo son la justicia, la transparencia pública, abusos y extorsiones de los funcionarios, etc.

Comprobar que lo anterior es cierto es tan simple como buscar en Google o Wikipedia "la corrupción en el mundo". De hacerlo, le aparecerán en su buscador preferido decenas de listas que le ratificarán que la República Dominicana está en el pabellón del descrédito y de la vergüenza en cuanto a corrupción se trata.

En los últimos años la República Dominicana ha descendido en la clasificación. Pretender que no somos corruptos y que nuestra clasificación responde a intereses políticos, o a que María estaba lavando, es otra aberración nacional para justificar lo que no tiene justificación alguna y tapar el sol con un dedo.

Para resolver un problema de cualquier índole, lo primero que hay que hacer es admitir que existe un problema; segundo, entender su origen; tercero, analizar las soluciones posibles; y finalmente, decidir cuál de estas es la mejor y tomar las con medidas correctivas. Esto no ocurre en la República Dominicana. ¿Por qué? La corrupción está tan enquistada en nuestra cultura sociopolítica que se acepta como si fuera un mal necesario. Son tantas y tan frecuentes las revelaciones de corrupción que hemos dejado de escandalizarnos. Hemos llegado a considerar la corrupción como un mal necesario para hacer negocios, obtener permisos, resolver problemas de ilegalidad y, el colmo de los colmos, como una estrategia para ganar elecciones, para perpetuarnos en el poder y traspasar los privilegios a amigos, correligionarios y familiares. En fin, hemos llegado a aceptar que los gobernantes usen medalaganariamente los recursos del Estado.

No hemos empezado a resolver nuestro problema de corrupción, ni en la actualidad ni nunca antes, excepto por brevísimos episodios con dirigentes muy excepcionales. Estos dirigentes políticos y ciudadanos meritorios y éticos de nuestra sociedad, que los hay y ha habido, fueron motivo en nuestra historia presente y pasada de que se aglutinaran suficientes actores políticos para que fueran destituidos. Este fue el caso de Juan Bosch, que fue democráticamente elegido, destituido —después de siete meses de gobierno en el 1963— y exiliado. Algo similar le pasó a nuestro padre de la patria, Juan Pablo Duarte, en el 1844 después de haber encabezado la independencia nacional. En los 120 años de nuestra historia, entre 1844 y 1963 surgieron numerosos líderes sociales y políticos cuyos mandatos fueron tan efímeros, al decir de nuestros campesinos, "como una cucaracha en un gallinero". Los gobernantes que duraron en el poder fueron aquellos que utilizaron los recursos comunes del Estado para formar un grupo de correligionarios que, por imposición militar, asesinatos, torturas, coerción política y económica, los mantuvo usufructuando los bienes comunes para sus intereses personales. Este es el fundamento histórico de nuestra propensión gubernamental hacia la corrupción.

Para los actores políticos corruptos, desafortunadamente mayoría, el líder...

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