Violencia, economía global

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Violencia y economía global

Félix Gerónimo

Los efectos inmediatos de la disolución de la Unión Soviética (1991) fueron el fin de la guerra fría (1945-1991), la confirmación de los Estados Unidos como la única superpotencia mundial y la terminación del Pacto de Varsovia (1955-1991).

Había llegado lo que Francis Fukuyama denominó el fin de la historia (1992), es decir, el predominio de una ideología: era cuestión de tiempo para que todos los países se alinearan a la democracia liberal (en lo político), combinada con la economía de libre mercado (en lo económico), ambas de factura occidental.

Pero el 11 de septiembre de 2001, un grupo de atacantes suicidas del movimiento internacional islámico Al-Qaeda, secuestró varios aviones comerciales y los estrelló en el World Trade Center de Nueva York y en el Pentágono de Washington. Murieron alrededor de 3,000 personas. Otras operaciones suicidas de Al Qaeda mataron a 191 personas en las redes de transporte público de Madrid, el 11 de marzo de 2004, y a 52 en las de Londres, el 7 de julio de 2005.

En respuesta por los atentados de 2001, una coalición de organizaciones, liderada por Estados Unidos, derrocó el gobierno de los talibanes de Afganistán (octubre 2001) y al presidente de Irak, Saddam Hussein (abril 2003).

Estos acontecimientos volvieron a poner sobre el tapete la teoría del choque de civilizaciones que Samuel Huntington diera a conocer en 1993, al parecer en respuesta a Fukuyama. Culturas cerradas e impermeables, con tradiciones propias, chocan con otras con iguales características. El fenómeno de choque y respuesta se va repitiendo hasta que unas se imponen sobre otras. Las puntas de lanza de los conflictos, o lo que Huntington denominó las líneas de fractura entre civilizaciones, son de índole religiosa y en ello adquieren el protagonismo las múltiples grandes religiones que coexisten en el mundo.

Acaso haya que recordar el viejo conflicto entre israelíes y palestinos, en el que los reclamos por lugares santos aún están frustrando las perspectivas de paz.

Claro, no todos los conflictos armados del nuevo siglo tienen que ver con las pugnas milenarias entre cristianos, judíos y musulmanes. El problema no es solamente la religión.

Otras causas de la violencia que actualmente sacude al mundo tienen que ver con el reparto de la tierra, las aspiraciones independentistas o separatistas, la gestión de los recursos naturales, como el agua y el petróleo, y las diferencias étnicas, sin contar con los reclamos de índole ideológico e incluso con las acciones del crimen organizado.

Las consecuencias de la espiral de violencia con la que se inauguró el siglo XXI, en especial a raíz de los atentados de 2001, trajeron múltiples consecuencias. El terrorismo se posicionó en el escenario mundial como la nueva amenaza, no sólo para los norteamericanos, sino para el mundo.

En respuesta, las naciones occidentales desarrolladas que se sienten vulnerables o amenazadas han respondido con determinadas políticas de orden interno y en el ámbito internacional. A lo interno están reconsiderando sus políticas de seguridad y, en consecuencia, respondiendo con

reformas legislativas para incrementar la vigilancia y control sobre los ciudadanos, para inmiscuirse en la vida privada de las personas, para restringir determinadas libertades de los ciudadanos, entre ellas la libertad de expresión, y para identificar y perseguir a potenciales terroristas.

Se esgrime el argumento de la seguridad nacional, que ha cobrado una fuerza importante y que fortalece el eficientismo estatal contra el garantismo por el que los filósofos y juristas más liberales han...

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