VIDAS TRUNCADAS ¿Víctimas o victimarios?

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VIDAS TRUNCADAS ¿Víctimas o victimarios?

José Luis Taveras

Las vidas de Jean Louis Jorge, Micky Bretón y Claudio Nasco estuvieron trenzadas por un mismo final: una muerte súbita, clandestina y bestial. Llevaron tatuada la vergüenza de ser homosexuales. Esa condición la arrastraron furtiva y pesadamente para esquivar el juicio moral de una sociedad prejuiciosa. Hoy su fama es un vaporoso recuerdo como el trance de sus desvanecidas existencias. Ni el talento reunido por la suma de sus vidas es tan memorable como el macabro recuerdo de sus cuerpos despedazados.

En las tres tragedias, el morbo quiso crear fantasías, inventar culpables y saciar su apetito lenguaraz. Su expansión tóxica nubló verdades, contaminó juicios y deformó realidades. Cuando esos crímenes, convertidos en entretenimientos de masa, se resuelven rápidamente, dejan una sensación sádica de frustración. El negro deseo del espectáculo suele alimentarse de la sangre, la intriga y la trama. En el caso de Claudio Nasco, todavía vagan decepciones que esperan otro desenlace y reclaman nuevos culpables. Cuando la verdad se descubre, el interés se pierde, la emoción se evapora y la vida prosigue su andanza sin más enseñanza que el disfrute de una distracción tan frívola como cruel.

¿Por qué morir así? Es una reflexión que el ocio social no se hace. En la respuesta subyace una realidad eludida por la mayoría de la "gente normal" —la heterosexual— y padecida por la minoría: la exclusión.

Si existe conducta, identidad o condición humana pobremente comprendida es la homosexualidad. Tratada sicológicamente como enfermedad o elección, teológicamente como pecado, culturalmente como desviación, políticamente como minoría, sociológicamente como subcultura, no hay forma de poner a dialogar, con serena madurez, estas interpretaciones. Y es que los absolutismos dominan cada parcela. La única verdad es que ser homosexual o lesbiana en sociedades de tradición conservadora, como la nuestra, es un drama.

Para penetrar en las realidades obstruidas por los prejuicios y desentrañar las angustias de la exclusión, me senté a dialogar con tres "homosexuales implícitos" de mi ciudad, Santiago de los Caballeros. Esa calificación identifica a aquellos gais que no precisan revelar su condición para sentirse y comportarse como tales. Muchachos bien parecidos, inteligentes y de clase media alta que no tuvieron el menor reparo en aceptar la inusual invitación, gesto que agradecí respetando su anonimato. Uno de ellos es un talentoso empresario exportador, que me presentó a su compañero sentimental, estudiante de medicina. El tercero, es un hermano gemelo del último.

Según sus confesiones, el primer conflicto con el que tienen que lidiar es con su propia identidad...

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