EL DESAFIO MORAL DE DANILO MEDINA

Páginas35316134

"EL DESAFÍO MORAL DE DANILO MEDINA"

José Luis Tavera

Danilo Medina ya es el presidente electo. Fue el candidato más caro de la historia electoral dominicana: concentró las tres cuartas partes de los gastos totales de la campaña. En justa lógica financiera, ese costo debería esperar réditos para la nación. Al agotar su mandato, sabremos si el balance arrojará pérdidas o utilidades. Mientras tanto, el presidente electo goza del beneficio del tiempo y de la duda razonable.

La campaña electoral no fue precisamente una confrontación de ideas o visiones. Los dos candidatos punteros apenas esbozaron ideas e intenciones tan dispersas como genéricas. La palabra más escasa en sus discursos fue el "cómo". Los programas de gobierno no aportaron nada relevantemente distinto a lo de siempre, como si nuestra historia permaneciera anclada en los glaciales nórdicos; aluden a los mismos diagnósticos, sobradamente evaluados por organismos internacionales. Ahora se impone aplicar la terapia o el tratamiento adecuado. En términos más concretos: conocer la real distancia entre el candidato y el presidente; entre lo ideal y lo posible.

Por lo menos Medina, de carácter perfeccionista, se preparó para buenos discursos surtidos de índices, estadísticas, datos, tendencias y mediciones sobre la realidad nacional. Los repetía como letanía según el nivel de la audiencia. Su empeño era exhibir un acabado conocimiento desde las tribunas, como legítima estrategia electoral. La información que domina era necesaria para el candidato, pero no suficiente para el hoy presidente; ya tuvimos en Leonel Fernández un presidente tan ilustrado como brillantemente desconectado de la realidad.

¿Más de Bosch y menos de Balaguer?

Los retos que le aguardan al nuevo presidente rebasan sus capacidades y hasta intenciones. En sus hombros descansa la alta responsabilidad de rescatar y entronizar el valor ético en la gestión de las cuentas públicas como mística perdida del "peledeísmo nostálgico". En términos más claros: salir de la sombra del neocaudillismo vigente y surcar su propio derrotero implicará para él aproximarse a Bosch y alejarse de Balaguer.

Y no es que estos referentes encarnen una ineludible dicotomía entre el bien y el mal. Jamás. El problema atiende más a un imperativo dialéctico que teológico. Esto es así porque Leonel Fernández, cuyo ascenso al poder supuso "teóricamente" el cierre de un ciclo histórico, en vez de clausularlo, lo afirmó y magnificó, retrasando el agotamiento de una cultura de poder moralmente indulgente, políticamente concentrada, retóricamente mesiánica y materialmente faraónica.

Leonel Fernández no solo asumió las fuerzas conservadoras del precario legado ideológico de Balaguer, sino que "modernizó" y "estilizó" las viejas prácticas de su modelo. Así, por ejemplo, dotó al país de leyes de trasparencia y control que escasamente cumplió; rescató la imagen administrativa del servicio público —mejorando las infraestructuras y optimizando su eficiencia— pero no la corrupción; promovió una reforma judicial sobre la base de la institucionalización de la impunidad; auspició una nueva Constitución política, despreciándola con prácticas autocráticas; "corporativizó" el poder en manos de un buró partidario y empresarial; dogmatizó el clientelismo en la competencia electoral y le...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR