La bendita presencia del FMI

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La bendita presencia del FMI

José Luis Taveras

Algunos países sudamericanos, como Argentina y Venezuela, han liquidado sus obligaciones con el FMI como forma de liberarse de su rígido tutelaje a las finanzas públicas. Las decisiones de los gobiernos de Kirchner y Chávez han sido delirantemente ovacionadas por los sectores políticos más avanzados, quienes interpretan el rol del organismo como reducto de un neocolonialismo financiero.

El FMI tiene dos condiciones que lo convierten, de entrada, en una entidad necesariamente odiada: su carácter extranjero, cuyas políticas se asumen ineludiblemente como injerencistas; y su misión de cobrador, calidad nunca grata en cualquier contexto. Si a eso se le suma el control asfixiante que sobre las políticas macroeconómicas imponen sus programas de ajustes, entonces la conclusión es que su presencia será eternamente indeseada.

La pregunta que nos cuesta hacernos es: ¿por qué interviene el FMI? La respuesta no sólo es compleja, sino que compromete un ejercicio de sinceridad que ningún gobierno está dispuesto a hacer. El FMI generalmente llega para restablecer problemas de liquidez y desequilibrios en la balanza de pagos; ¿y cuáles son las causas que en América Latina generalmente producen esos efectos?: varias, tan viejas como insolubles, como la falta de control en las políticas de gastos, la corrupción administrativa, el financiamiento a estructuras políticas clientelistas y los negocios del desorden. Por estas razones, las recomendaciones del Fondo desbordan hoy aspectos estrictamente económicos y alcanzan temas de naturaleza administrativa y política. Y es que el impacto que sobre el desempeño macroeconómico tienen los actos y las políticas públicas es cada vez más inequívoco, de ahí que las medidas propuestas por el FMI se vean redimensionadas en sus alcances y efectos.

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