Protesta Social ¿Juego Político o acto de Conciencia?

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"PROTESTA SOCIAL ¿JUEGO POLÍTICO O ACTO DE CONCIENCIA?"

José Luis Taveras

Lo más destacado de los primeros cien días del Gobierno de Danilo Medina ha sido una ola incontenible de protestas. Empezó como una expresión de resistencia a una propuesta de reforma tributaria y se expandió, con ímpetu inflamable, hasta consumir el cimero nombre de Leonel Fernández, quien paradójicamente terminó su mandato con un índice histórico de aprobación.

El cúmulo del resabio social detonó mediante expresiones dispersas de sectores económicos afectados con la reforma y en algo más de tres semanas su impacto alcanzaba escala viral en las redes sociales. Al momento en que se escribe este trabajo domina un ambiente de franca "insurgencia virtual" a través de las comunidades de las redes.

Danilo Medina sigue padeciendo la desgracia de su mala estrella: Leonel Fernández, quien no solo le roba protagonismo a sus escasas ejecutorias, sino que subvierte, sin proponérselo, toda la simpatía que pudieran suscitar las buenas intenciones del nuevo gobernante. Su Gobierno nace así agotado y con una imagen ostensiblemente cansada.

Este ambiente levantisco que enrarece la vida nacional asume inéditas expresiones sociológicas que convocan a un análisis de fondo. No es nada común ver a un mediano empresario portar pancartas ultrajantes en contra del pasado Gobierno junto a un activista de izquierda fraguado en las viejas refriegas policiales.

LEONEL: DE HÉROE A VILLANO:

Un periodista español preguntó: "No entiendo, ¿qué tienen que ver los impuestos del nuevo Gobierno con Leonel Fernández?, ¿por qué realmente se protesta?". Esta impresión asomaba implícita en las tempranas reacciones de algunas cadenas noticiosas extranjeras como CNN.

Es posible que quien observe a distancia no comprenda a primera vista la crisis social que vivimos. Antes de su desenlace hubo un desarrollo progresivo de eventos encadenados que tuvo su origen en el anuncio, por parte del Gobierno, de una reforma sin antes revelar la magnitud del déficit. Como siempre, la falta de trasparencia sesgó todo, haciendo ahora incontenibles sus consecuencias. El presidente Medina apenas hizo alusiones metafóricas al asunto cuando reconoció recibir "un maletín lleno de deudas". Luego, para legitimar la reforma, tuvo que dar a conocer el monstruoso desbalance. Fue un shock para una población confiada y desprevenida, más cuando la primera razón para revalidar el nuevo mandato del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) fue la presunta fortaleza de la economía ante el peligro que significaba abandonarla a la suerte del intemperante candidato opositor.

Hoy la crisis de solvencia de las finanzas públicas supera tres veces la dejada por el gobierno del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) en el 2004, con la afrentosa agravante de que mientras el déficit de aquella ocasión fue fruto de un salvamento a los ahorrantes de entidades bancarias quebradas por un fraude repulsivo, este déficit resulta de la mala gestión presupuestaria de un gobierno patológicamente irrefrenable en el gasto. En otros términos, aquel fue padecido, este inducido.

Así las cosas, la reforma pasa a un plano marginal, toda la rabia social se vuelca hacia quien parece ser el responsable directo del nuevo hoyo: Leonel Fernández. De pronto este nombre, que todavía conservaba recato fuera de su cortesanía partidaria y mediática, empezó a rodar por el cieno, poniendo en riesgo todo su obsesivo empeño en la decantada proyección internacional. El disipado rostro de Fernández comenzó a ganar adustez cuando las agencias noticiosas extranjeras reportaban al mundo el nefasto legado fiscal de sus dispendiosas administraciones.

Leonel Fernández, quien se había creado un sistema de protección inexpugnable ante ataques políticos, judiciales y personales a través del control de todos los poderes públicos, olvidó las nuevas y poderosas armas de la guerra social: la plataforma de las redes. El expresidente de la modernidad y defensor de la llamada "sociedad de la información" recibió las ciberacometidas más despiadadas que recuerde la historia reciente a través de una cruzada invasiva de los pobladores virtuales. Esta reacción amorfa, difusa y colectiva, que empezó como un juego "de muchachos", como lo calificaron peyorativamente algunos incondicionales al oficialismo, ya tiene categoría de huracán político.

Fernández, quien se autoasumía por encima de las circunstancias, ignorando flemáticamente las críticas más ácidas de sus detractores, se vio compelido a salir y, para demostrar su intacta fortaleza, no lo hizo solo, sino con la comparsa de sus viejos y "nuevos" ministros. Este fue su primer error. Parece que en su maquillada turbación el exmandatario no advirtió que precisaba de una actitud menos envanecida ante la crispación social que imperaba. Este ostentoso despliegue de la corte imperial gubernamental o partidaria —al final, la misma cosa— fue interpretado como una desafiante provocación. Tal actitud, lejos de mover a comprensión, avivó los vientos infernales y convocó, como mantra, a los demonios del odio social más visceral. El remedio fue peor que la enfermedad.

El discurso de Fernández fue antológico. Gravitará por años en la presente generación. Una moción de defensa destemplada, vaga y repetitiva de la gestión del gasto. Su mejor argumento debió ser la exactitud de las cifras y hasta en este sensitivo aspecto erró, y, peor aun, en partidas tan contadas como las que presuntamente justificaron el déficit. Lo demás, populismo retórico: un recuento innecesario de obras que le restaron fortaleza y centralidad a sus alegatos sobre el gasto. En un asunto tan simple, como los desembolsos al Banco Central para cubrir parte de la cuenta del...

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